Todos los modelos suelen estar compuestos por los siguientes elementos:
- Una placa absorbedora: Fabricada con materiales metálicos de color negro, es la que transforma la luz en energía térmica.
- Aislantes térmicos: Son las paredes laterales que se sitúan alrededor de la placa y que son fundamentales para mantener el calor de la zona de cocción, que es la “caja” que conforman la placa y los aislantes y donde se colocan los alimentos que se quiere cocinar.
- Cubierta transparente: Generalmente es de cristal y facilita el acceso de los rayos solares.
- Reflectores: Es un elemento optativo pero muy recomendable ya que su inclusión permite capturar más luz y aumenta la capacidad para generar calor.
Para que funcione correctamente, el horno tiene que estar situado en un espacio en el que pueda recibir la radiación directa del sol, aunque no es necesario seguirlo constantemente –es decir, se puede mantener una orientación adecuada para que reciba las mayores horas de luz y calor directos posibles-.
Si todos los elementos funcionan correctamente, la luz del sol incidirá en la placa, que podrá alcanzar una temperatura de entre 150°C y 200°C y la mantendrá constante gracias a los aislantes y la cubierta. Entonces, se podrán cocinar fácilmente los alimentos que se sitúen sobre ella, tanto directamente como en algún recipiente –preferentemente oscuro para que se cocine con mayor rapidez-.
Además del ya mencionado ahorro energético, un horno solar doméstico contempla otras ventajas destacables:
- Es portátil y tan fácil de manejar que se alza como la mejor alternativa cuando se desea cocinar al aire libre.
- No implica la manipulación de ningún tipo de combustibles o electricidad, por lo que se reduce el riesgo de accidentes.
- Se puede emplear con todos los alimentos que se cocinan en un horno tradicional sin correr el riesgo de que se quemen –la cocción es completamente natural-.